En mis más de veinte años de ejercicio profesional como médico me he preguntado a menudo, por qué algunos de mis pacientes han respondido mucho mejor que otros al tratamiento y a la prevención de sus enfermedades y qué impacto puede tener en esto, un cambio en la relación con sus pensamientos, creencias, atención y como puede impactar en sus emociones, en sus conductas, en sus hábitos y finalmente en su salud global. También al acompañar a personas al final de sus vidas me afané en conocer la posibilidad de recopilar características comunes que marcan la diferencia a la hora de percibir tu vida como una vida feliz.

Igual que Daniel Goleman acuñó el concepto de inteligencia emocional, la idea de una medicina aplicada a las emociones, es decir, una medicina emocional, era recurrente para mí, con la idea de ayudar a las personas a incorporar recursos e integrar habilidades de mejora y fortalecimiento de una regulación emocional potenciadora de salud. También ayudarlas a adquirir hábitos como; poner atención en lo que es útil, agradecer, fijarnos en los logros y en todo aquello que nos sienta bien y que tiene un impacto positivo no solo individual sino colectivo, para el bien común.

La medicina emocional abarca el conjunto de conocimientos y técnicas basadas en evidencia científica y también en evidencia anecdótica, la propia de todos estos años de práctica profesional y autoindagación personal. Se aplica al manejo de las emociones, de la atención y del comportamiento para que, a través de ellos y por la conexión entre mente-emociones y cuerpo, favorezcamos los mecanismos de curación, preservemos el estado saludable y vital, así como, en colaboración con otras estrategias, la prevención, alivio y/o curación de las enfermedades cuando sea posible.