SEGURIDAD Y SALUD: LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL COMO RECURSO

Seguridad en su etimología proviene del latín securitas, cualidad de estar sin preocuparse, sin tener cuidado. Seguridad designa lo que tiene firmeza y estabilidad y para nuestro cerebro primitivo seguridad tiene mucho que ver con lo predecible. 

 

Abraham Maslow, representante de la psicología humanista es reconocido por un trabajo pionero en el área de la motivación, la personalidad y el desarrollo humano. En 1943 propone su Teoría de la Motivación Humana con raíces en las ciencias sociales y ampliamente utilizada en el campo de la psicología clínica; a su vez, se ha convertido en una de las principales teorías en el campo de la motivación, la gestión empresarial y el desarrollo y comportamiento organizacional (Reid 2008) continuando vigente en la actualidad. El propósito de este texto es ponerla en relación también con el campo de la salud.

 

Esta Teoría de la Motivación Humana, propone una jerarquía de necesidades y factores que motivan a las personas; esta jerarquía se estructura en cinco categorías de necesidades y se construye considerando un orden jerárquico ascendente de acuerdo a su importancia para la supervivencia y la capacidad de motivación. De acuerdo a este modelo, a medida que el hombre satisface sus necesidades surgen otras que cambian o modifican el comportamiento del mismo; considerando que solo cuando una necesidad está “razonablemente” satisfecha, se disparará una nueva necesidad (Colvin y Rutland 2008).

 

 

 

Si bien el planteamiento teórico de Maslow considera que la seguridad se encuentra en el segundo escalón de la pirámide de necesidades humanas, mi experiencia clínica, investigaciones recientes en neurociencia y la teoría polivagal de Stephen Porges me llevan a plantearme un nuevo modelo donde la seguridad sería una necesidad transversal que atraviesa todas las demás y lo impregna todo.

 

 

El apego seguro en la infancia es crucial para el desarrollo de salud mental, emocional y física. Para el adulto, cultivar los circuitos neuronales donde se asienta la confianza es clave para preservar la salud integral. De lo contrario, la activación crónica del sistema de alerta ( sistema nervioso autónomo simpático) que causa una respuesta de estrés mantenida, puede propiciar, como se está viendo en investigaciones recientes, el desarrollo de múltiples desajustes orgánicos que derivan en una alteración de la microbiota o en inflamación de bajo grado que se está planteando punto de partida de múltiples enfermedades actuales: autoinmunes, neurodegenerativas, cardiovasculares…

 

El sistema capitalista ha colocado en el centro de la vida la producción de bienes materiales, de modo que el capital se ha convertido en un nuevo dios, superando tal vez al Dios de la religión (cada vez más personas se declaran agnósticas o ateas). Sin embargo, cuando median las cuestiones de salud, como ha sucedido de forma social en la reciente época de pandemia mundial o cuando una enfermedad nos impacta directamente de forma individual, poner la seguridad en el dinero no parece un recurso suficientemente eficaz para garantizar que consigamos la “cualidad de estar sin preocuparse”; es decir, la sensación de seguridad que es una capacidad que parece colaborar en nuestros procesos de reparación y curación ( ya que se relaciona con la activación parasimpática ventral)

 

¿Dónde podemos colocar entonces nuestra seguridad cuando lo material no basta? ¿Por qué a pesar de tener satisfechas las necesidades básicas seguimos activando alerta biológica de forma inconsciente? ¿Por qué nos unimos a relaciones de dependencia disfuncionales para mantener la sensación de seguridad?

 

La razón bebe del inconsciente individual y colectivo y el ser humano no puede definirse solo como res cogitans (ente pensante), sino como un ser sentipensante (como refiere el investigador colombiano Orlando Fals Borda) , como un ser: que siente, se emociona, se apasiona, se mira y se piensa a sí mismo, y que en esa actividad ingresa en varios momentos de su existencia a territorios donde su interioridad necesita ser reconocida. 

 

Como plantea Victor Frankl en El hombre en busca de sentido “De acuerdo con la logoterapia, la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su propia vida. Por eso hablo yo de voluntad de sentido, en contraste con el principio de placer (o, como también podríamos denominarlo, la voluntad de placer) en que se centra el psicoanálisis freudiano, y en contraste con la voluntad de poder que enfatiza la psicología de Adler “. 

 

Además las investigaciones del neuropsicólogo Howard Gardner, sobre la Inteligencia, lo condujeron a la formulación de las Inteligencias Múltiples entre las que incluye la Inteligencia Espiritual de la que dice que es “La capacidad de situarse a sí mismo con respecto al cosmos, la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a los rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas experiencias como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte.(Gardner, 2001, pág. 68)”

 

La inteligencia espiritual se haya íntimamente relacionada con el cultivo de la PRESENCIA que  Karen J Stanley describe como un modo de ser, que requiere:

 

– Conocer y sentirse cómodo consigo mismo,

– Reconocer como semejante a la otra persona,

– Conexión,

– Afirmación y valoración,

– Reconocimiento de vulnerabilidad,

– Intuición,

– Empatía y la disposición a ser vulnerable,

– Estar en el momento presente,

– Serenidad y silencio, y

– Que puede ser trascendente.

La pérdida de esta dimensión espiritual que nos conecta entre seres humanos, como parte del todo que somos, a la singularidad inicial que antes del Big Bang contenía toda la energía y el espacio-tiempo del universo, nos mantiene en alerta constante limitando nuestra salud.

 

Por tanto, para los profesionales de la salud que realmente hagamos medicina integrativa no bastará con abordar solo hábitos en relación a las dimensiones física o emocional; como la alimentación, la actividad física o la gestión del estrés, sino que deberemos también acompañar a nuestros pacientes al desarrollo de su inteligencia espiritual, algo que nosotros mismos habremos tenido que desarrollar primero.

 


 

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