Autorregulación emocional: La interocepción como recurso

Estás en el trabajo o en casa y sucede algo inesperado esa “gota que colma el vaso” con tu jefe, con un compañero, con tu hija, tu pareja o con tu madre.

 

Justo en ese instante percibes tu boca se seca, aumenta tu temperatura, la frecuencia cardiaca se te acelera, tu respiración se acorta y hace superficial, las pupilas se dilatan, tus manos se calientan, tus hombros se tensan, tu estómago se cierra…Te preparas para luchar o huir. En el ámbito del estudio de lo psicoemocional  se diría que lo que acabas de experimentar es la corporeización de la emoción; ira, miedo, vergüenza, culpa…dependiendo del caso. 

 

Poner tu atención en todas esas sensaciones físicas tiene que ver con un sentido menos conocido pero muy útil para tu autorregulación emocional, la interocepción. 

 

La interocepción se refiere al proceso a través del cual, el sistema nervioso detecta, interpreta e integra señales que se originan dentro del cuerpo, proporcionando un mapeo momento a momento del paisaje interno del cuerpo a través de niveles conscientes e inconscientes. El cerebro recibe, procesa y envía información acerca del estado en curso del organismo, tales como contracciones viscerales, señales cardíacas, cambios de temperatura y dolor1.

 

¿Cómo puede ayudarnos en el momento de enfrentarnos a la situación estresante, poner atención a la expresión física de la emoción, en vez de fingir que no la vemos y hacer como si no estuviera ahí?

 

Las emociones cumplen aquí una función interesante, que resumidamente sería informarnos de la oportunidad o amenaza de la situación que se vive. El problema surge cuando la emoción, debido a su intensidad o falta de regulación por parte de quien la percibe, inunda la conciencia, “toma el mando” y se instala en el centro de la atención transformándose en la protagonista de las reacciones que se suceden de forma automática, sin equilibrio, y llevándonos a tomar malas decisiones y actuar de forma reactiva .

 

Desarrollar la interocepción y la conciencia corporal nos permite mantener el equilibrio emocional y adueñarnos de ese espacio que existe entre el estímulo “aviso de emergencia” y la respuesta reactiva ”miedo, ira, culpa…” pudiendo atenuar  la intensidad de las sensaciones y permitiendo el desarrollo de una voz interior que nos calme y dé confianza, para tomar mejores decisiones y  poder resonar  desde una respuesta  adaptativa hacia el otro  y poder también ayudarle a autorregularse.

 

La teoría Polivagal de Stephen Porges3 junto con sus aplicaciones clínicas4  nos permiten integrar “el sistema de conexión social” que hemos desarrollado los mamíferos y más específicamente los humanos. La conexión que se establece en el encuentro entre dos personas se sostiene sobre circuitos orgánicos específicos (sistema nervioso autónomo, neurocepción, y sistemas de protección/defensa, desarrollados filogénicamente), cada vez mejor comprendidos. Sabemos que estamos dotados de un sistema de “escaneo” constante que explora las señales que recibimos del entorno en búsqueda de amenazas y oportunidades, y son captadas por nuestro sistema fisiológico (neurocepción). 

 

Es la interpretación del entorno y del otro como amenazante la que desencadena la reacción automática de estrés, el problema sucede cuando interpretamos como amenaza vital; esto es, peligro de muerte, situaciones de la vida cotidiana. A través del cuerpo podremos activar vías alternativas a la del simpático como con la interocepción, la respiración consciente o generar saliva en la boca, que le manden a nuestro cerebro la información de que estamos seguros en dicha situación.

 

Por esto, autorregulándonos a nosotras mismas  ayudamos a los otros a hacerlo también, para así poder afrontar de la mejor manera los desafíos que se nos plantean al relacionarnos en el día a día de nuestra vida.

 


 

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